Todo parecía dispuesto para que Julia Louis-Dreyfus recogiera el premio a la mejor actriz de comedia en la gala de los Emy por su papel de Selina Meyer en la temporada final de Veep.

Estaba en muchas quinielas pero no pudo ser. Tampoco se puede considerar un desplante a la serie, porque hasta ahora la actriz había logrado en este premio durante todas las temporadas y ya había sido nominada en otras 18 ocasiones a lo largo de su carrera. La séptima y última temporada se quedó sin premio, a pesar de que la serie de HBO ha seguido demostrando una de las sátiras políticas más mordaces del panorama televisivo. Y eso que esta entrega final tuvo que retrasarse un año debido a problemas de salud de la actriz. Por eso el premio se ha ido a otros valores más jóvenes. El año pasado, que Veep tuvo un paréntesis, el premio se fue para Rachel Brosnahan por Marvelous Mrs. Maisel. En la gala del domingo, Dreyfus no consiguió el pleno y los galardones le hicieron un Tom Hanks (imprescindible ver el final de la serie para entender la referencia). Phoebe Waller-Bridge no sólo se convertía en la triunfadora de la noche por su segunda temporada de Fleabag, sino por los galardones a Killing Eve, serie que ella puso en marcha. Al final le acabó haciendo sombra tanto a Veep como a Juego de Tronos.

Las siete temporadas de 'Veep' han coincidido con etapas muy diferentes de la política norteamericana. Empezó con Barack Obama en la presidencia y acabó con Donald Trump en el cargo. Dos estilos políticos muy diferentes que han marcado el tono con el que los guionistas se reían de la clase política de su país. Selina Meyer es el prototipo de lo peor de la política. Alguien a quien nadie ha votado y que está donde está por haber sabido situarse en el lugar más oportuno. Empieza la serie como vicepresidenta, con sus triquiñuelas se hace con la presidencia del país y en las temporadas finales la vimos como una exmandataria que se gana la vida dando conferencias, mientras sigue conspirando para regresar a la primera línea. No hay nada que Selina Meyer no haría por conseguir un puñado de votos. Su falta de empatía con sus votantes y las personas que le rodean es total. El ejemplo más evidente es esa singular relación que mantiene con su hija.

Puede que en ese universo paralelo en el que no existen ni Trump ni Hillary Clinton, Selina haya sido la primera mujer en alcanzar la presidencia de los Estados Unidos. Pero haber roto el techo de cristal es algo que a Selina le importa un bledo. Lo único que le interesa es el poder. No sabe muy bien para qué, ni tampoco tiene un programa que llevar a la práctica cuando lo alcance. Su compromiso con El Tibet no tiene nada que ver con que crea o no en la defensa de los Derechos Humanos. Sólo es por un afán de contabilizar votos y vender que ha hecho algo importante. No sabe muy bien qué. La gestión de Selina Meyer se ve complicada por las constantes meteduras de pata de sus asesores ineptos. Como en los rodajes de la serie, todo es un permanente ejercicio de improvisación y una carrera hacia adelante con tal de salir de los constantes bretes en los que se meten. Aunque en Veep no hay políticos reales, sí que se nota el cambio que ha experimentado en la política norteamericana desde que arrancó la serie.

En las primeras temporadas, todo giraba en torno a resolver desaguisados por algún tweet inoportuno, o algún comentario chusco sin darse cuenta de los micrófonos. Los discursos de Selina consistían en palabrería hueca para no decir nada. Aunque a veces lo que no decía ya era mucho. En las temporadas finales, todo esto ha cambiado. Estamos en la era de los populismos y todo vale con tal de llenar las urnas. Desde hacer que tu congresista clave haga campaña en contra tuya a apoyar a los antivacunas. El respeto al votante se ha perdido por completo. Uno no puede evitar sentir un estremecimiento cuando se pregunta cuánto hay de realidad y cuánto de sátira en lo que está viendo. Como aquel general que asistió a una proyección de Teléfono Rojo, Volamos hacia Moscú (1964), el clásico de Stanley Kubrick, mostrando su sorpresa cuando le dijeron que lo que había visto era una comedia.

Selina Meyer no tiene el compromiso público y la honradez de otros grandes presidentes de la ficción televisiva, como Jed Bartlet (Martin Sheen) de El Ala Oeste de la Casa Blanca o el Tom Kirkman (Kiefer Sutherland) de Sucesor Designado, pero por lo menos su incompetencia siempre fue más divertida. Selina Meyer tiene ahora su propia versión made in Spain con Juan Carrasco (Javier Cámara) en Vota a Juan. Porque en España nuestra clase política tiene muchas cosas que enseñar a Selina para que sea ella misma.