Opinión | Retiro lo escrito

La resignación del PP

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo.

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. / EFE

La gran estrategia del Partido Popular para vencer política y electoralmente a Pedro Sánchez consiste en esperar. En realidad, por sorprendente que parezca, no tiene otra. Esperar. Que se movilicen los ciudadanos críticos que no lo aguantan, que continúe la erosión socioelectoral de las siglas socialistas en las comunidades, que de repente los militantes del PSOE descubran que en el partido manda Sánchez –a través una élite que no son otros que sus propios ministros, salvo en el caso de Santos Cerdán, que como pamplonica es demasiado gordito para ser ministro–. Nada. Solo esperar y, mientras pasa el tiempo, repetir la retahíla de insultos, descalificaciones, desdenes, malevolencias y chismes sobre el presidente socialista.

Se pudo observar perfectamente la rendición incondicional de la imaginación conservadora cuando Sánchez sacó del sombrero el asombroso artefacto de la carta en el que anunciaba que se concedía a sí mismo cinco días para decidir si dimitía o no. Es absolutamente fascinante porque el Partido Popular lo que hizo fue, exactamente, sentarse a esperar y así, despatarrado, desentrañar signos adivinatorios en los cielos: se va, se queda, pues vaya, quién sabe, ya está, qué fuerte, glub. Hay que ser realmente estúpido para asumir una actitud semejante, pero en el PP de Núñez Feijoo la estupidez vive como en casa. En cerca de seis años Sánchez jamás ha perdido la iniciativa política. Incluso cuando se llevó el hostión de las elecciones autonómicas del pasado año –cuando vio que se arrasaba al PSOE en comunidades autónomas y capitales de provincia– el presidente se recompuso al instante y anunció inmediatamente la convocatoria anticipada de elecciones generales para julio. Había que ver ese día la cara de Cuca Gamarra y compañía. Que ese es un buen ejemplo. Una señora a la que se conoce como Cuca entre sus amistades no se la tomará en serio nadie jamás. ¿Qué calidad política e intelectual ofrece una dirección con individuos como Elías Bendodo, Juan Bravo, Borja Semper o Miguel Tellado? Eso por no hablar de los viejos tiburones grisáceos que todavía circulan por esas aguas estancadas, como Esteban González Pons, que en los tiempos que le deja libre la redacción de pésimas novelas sigue colaborando para que PP no abandone jamás –ni ética ni estéticamente– el gris marengo. La derecha española tiene tres problemas estructurales:

1) El PP jamás cerró su pasado de corrupción y venalidad con una catarsis crítica donde al menos fueran sacrificadas algunas cabezas y condenados ciertos comportamientos. Nunca. Los líderes se han sucedido con el aburrido compás de unas oposiciones a abogado del Estado, incluso cuando el más incompetente y torpón –Pablo Casado– se vio abocado a dimitir. No conviene engrandecer a Casado: solo hay que fijarse en quién nombró secretario general. Pero si Mariano Rajoy llegó a referirse a Bárcenas como «esa persona de la que me habla». La corte mariana fue particularmente estremecedora en sus oscurantismos, sus personalismos, su podredumbre. No ha existido rupturas asumibles ni sucesivos estilos de gobierno, como vivieron los socialistas después de Felipe González: Almunia, Borrell, Rodríguez Zapatero, Pérez Rubalcaba, Sánchez. Ni siquiera se han marchado de la sede del PP rehabilitada con dinero negro. Núñez Feijóo viene de Galicia y se hace el nuevo. Y no.

2) El PP carece de proyecto político solvente, coherente y diferenciado. No lo tiene en lo económico, ni en lo social ni menos aún en lo territorial. Ni quiere ni sabe dar la batalla cultural. ¿Está dispuesto a una reforma constitucional y a avanzar hacia la federalización del Estado? ¿O es pecado? Es un partido poco creíble, poco atractivo, anquilosado y lleno de miedos y recelos hacia el exterior.

3) El PP tiene una ultraderecha que le atormenta cual mosca cojonera, dispuesta a proclamar a diario su cobardía política, su colaboracionismo ideológico, su resignación cultural. Y quitándole un 20% del voto.

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