Opinión | Retiro lo escrito

Una birriosa changada

Por la calle de La Noria desfilan todos los políticos con cara de alegre estreñimiento en las semanas previas a los carnavales. En el paseo Pérez Minik no puedes descubrir ni uno

Feria del Libro de La Laguna

Feria del Libro de La Laguna / María Pisaca

Si al ayuntamiento de Santa Cruz no le interesa hacer una feria del libro, ¿por qué perseveran? Déjenlo estar y no tendremos que soportar esta birriosa changada, como la calificó Eduardo García Rojas en el blog El escribidor. Me meto en la web municipal y encuentro que el concejal de Cultura y Patrimonio Histórico se llama Santiago Díaz Mejías. Es el mismo individuo que declaró el año pasado que el proyecto más destacado de su concejalía era celebrar el centenario del fallecimiento de Ángel Guimerá; igual lo traduce él mismo del catalán.

Yo pido, perdón, yo exijo que se deje definitivamente tranquilo al señor Díaz Mejías para que pueda poner a todo Guimerá en español antes de que termine el presente mandato. ¿A qué viene molestarlo con montar una feria del libro que no produzca automáticamente grima, repeluz, cadavérica vergüenza ajena? ¿Qué justifica robarle para este y otros insignificantes menesteres un solo segundo de su precioso tiempo? Hace seis o siete meses Díaz Mejías, con una intuición fulminante, señaló que para interesar a los turistas que visitan Santa Cruz en la oferta cultural municipal pensaba repartir folletos en los hoteles. ¿Cómo no se nos ha ocurrido antes? Díaz Mejias es, dicho coloquialmente, un monstruo. No se antoja tolerable que los distraigan con libros, o conferencias o debates o pollabobadas semejantes. Él y su equipo, a lo suyo: a Terra baixa y a los folletos.

Tal y como recuerda Eduardo hubo otro tiempo. Un tiempo que vivimos y que no queda tan lejos. Un tiempo en el que se celebraba una auténtica Feria del Libro en Santa Cruz de Tenerife que ocupaba la mayor parte de los paseos del Parque García Sanabria y que incluía un programa de actos: presentaciones, recitales, conferencias, debates. Un tiempo en el que autores canarios y peninsulares visitaban la feria y firmaban libros, aunque algunos les cueste creerlo. Algo así como anteayer: hace diez, doce, quince años. Por aquel entonces se produjo una tensión entre aquellos que querían celebrar la feria en la plaza de la Candelaria y los que preferían –como un servidor – en García Sanabria.

Durante esa época, por cierto, el Cabildo intervenía y, sobre todo, inyectaba dinero a la organización. Por supuesto que fueron años con problemas. Los libreros, por ejemplo, jamás pusieron un duro, y no solo eso, sino que en su mayoría no estaban dispuestos a presentar un mísero 10% de descuento. Al poco la asociación de libreros se fue al traste y esa fractura fue aprovechada por la gandulería municipal, por la torpeza y la lentitud de las burocracias y la miopía legañosa de los políticos, para que la feria se fuera desinflando. Llegó a ser la Feria del Libro de Tenerife y ahora se resigna a ser la Feria del Libro de Santa Cruz: unas cuentas casetas a lo largo del paseo Domingo Pérez Minik. El Cabildo tinerfeño ha vuelto pero más allá de la instalación de una pequeña carpa no encontré ninguna otro indicio de su presencia.

Una imagen triste, ininteresante, prescindible. Es razonable que varias librerías se hayan abstenido de participar, incluido uno de los mejores y más prestigiosos establecimientos de la capital, la Librería de Mujeres de Izasku Legarza Negrín. Esta tristeza solo se explica por la absoluta carencia de ambición cultural y programática por parte del ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, absolutamente incapaz de entender la capacidad dinamizadora que puede y debe tener una feria del libro organizada con criterios profesionales, rigurosos, seductores e imaginativos.

Porque una feria del libro no son cuatro casetas, cuatro lecturas, cuatro firmas y un cuentacuentos. Una feria de verdad integra, relaciona y proyecta todos los elementos del ecosistema del libro en una estrategia cultural para una ciudad y un país. El libro, en esta ciudad, reclama el mismo respeto y atención que una murga, por poner un caso, o una comparsa, por poner otro. Por la calle de La Noria desfilan todos los políticos con cara de alegre estreñimiento en las semanas previas a los carnavales. En el paseo Pérez Minik no puedes descubrir ni uno. Ya, ya lo sé: ni falta que les hace.

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