Opinión | EL RECORTE

Ni tasa, ni taza, ni leches

Canarias no tiene petróleo, ni minas de oro. Y cuando existe algo, como esas valiosas «tierras raras», nos negamos a explotarlo

Manifestación que recorrió este sábado las calles del centro de Santa Cruz contra el turismo de masas.

Manifestación que recorrió este sábado las calles del centro de Santa Cruz contra el turismo de masas. / MARÍA PISACA

En cuanto la calle se ha calentado un poco a los políticos les ha entrado el mar de San Vito. De la noche a la mañana nos hemos llenado de declaraciones rimbombantes, anuncios y propuestas para poner una ecotasa, un impuesto por pernoctación, subir el IGIC, aplicar una moratoria o ponerle un collar en el cogote a cada turista que entre por el aeropuerto. El circo de tres pistas de la política macarronésica.

Los socialistas canarios dicen que ellos no aprobaron en su día la ecotasa porque estaban esperando a recuperar las «cifras prepandémicas». Los pobres tienen amnesia porque hace ya dos años que el turismo está funcionando a todo meter y ellos aún estaban en el machito. Pero peor está un Gobierno nacionalpopulista, digo popular, que quiere legislar para vaciarle el bolsillo a las familias canarias que alquilan sus viviendas a los turistas. Que es como cargarse la pesca artesanal para dejarle el negocio a la flota japonesa.

Arrojar una tasa a las fauces del activismo contra el turismo es un sacrificio perfectamente inútil. Ni cambia el modelo turístico, ni mejora los salarios, ni hace nada que no sea engordar el bolsillo de la Hacienda pública. Lo que no parecen entender los partidos es que las protestas de la sociedad tienen más que ver con las colas, con la falta de vivienda y con la carestía de la vida. Y aunque de todo eso se quiere hacer culpables a los turistas, la puñetera realidad es que tiene más que ver con la inflación y con la hiperpoblación. Somos cristo y la abuela viviendo en cuatro islas de Canarias donde ya nos estamos metiendo el codo en el ojo. Estamos creciendo a tasas de veintipico mil nuevos residentes por año. Y no hay manera de correr por delante de esa nueva gente que pide carreteras, sanidad, educación, viviendas, trabajo y bienestar. Lo nuestro es un problema de población.

En los telediarios de algunas televisiones británicas y alemanas han salido los primeros ecos de nuestra apuesta por el suicidio económico: esas pintadas de «turistas fuera» y el incipiente caldo de cultivo de quienes se meten con los trabajadores europeos y sus familias que vienen a estas islas a gastarse sus perras. El mismo ciudadano que recibe humanitariamente a los migrantes subsaharianos y les da de comer, por la mañana, se cabrea por la tarde porque las playas están llenas de guiris en tumbonas, que le dan de comer a él. Pero unos y otros, generalmente, se van. Los que se quedan son los que vienen a trabajar en el turismo. Los que establecen su residencia en las islas y demandan un estado del bienestar para sus familias. Los que curran en aquellos empleos que los canarios no quieren ni locos.

No hay más cera que la que arde. Ni más negocio que el turismo. Canarias no tiene petróleo, ni minas de oro. Y cuando existe algo, como esas valiosas «tierras raras», nos negamos a explotarlo. Nuestro Archipiélago vive de las transferencias de riqueza que nos hacen otros, desde Madrid y desde Europa. Y del turismo. No hay cambio de modelo porque no existe otro posible. Pensar que cobrarles una tasa a los turistas hará más ricos a los canarios y más sostenible a nuestro país es solo una estupidez. Otra más.

Suscríbete para seguir leyendo