Opinión | Risas y fiestas

Aida González Rossi

Que no estén orgullosas de mí

Que no estén orgullosas de mí

Que no estén orgullosas de mí / El Día

Yo ya no quiero que nadie esté orgullosa de mí. Yo ya he renunciado a esa soguita atada, rozadura en las muñecas porque el movimiento natural del cuerpo propio siempre suele ser contrario a los movimientos antinaturales que el cuerpo propio (ese animal que llevamos recostado encima pero no es encima porque en realidad no hay nada debajo: solo somos lo que tanto nos sorprende) hace dentro de las suposiciones de las mentes ajenas. Yo ya no quiero complacer, ahora quiero otras cosas: divertir y acompañar, dejarme conocer, compartir mis bailes privados que jamás pensé que nadie podría descubrir y aquí estamos y estos son mis brazos y no sirven para lo que te imaginas porque todas somos un mundo distinto y con sus mecánicas y mi vida puede ser para ti un hoyito en la arena del Médano.

Y me parece bien.

«La validación es para los tickets del parking», dijo una vez Lorrie Moore como consejo para otras escritoras. Básicamente estaba exclamando: hagan lo que les dé la gana y muévanse por convicciones, responsabilidades y placeres genuinos, suyos, y no de quienes no habitan sus dolores de barriga. Así es como se consiguen las cosas verdaderas, las cosas que hacen avanzar las cosas, las cosas que se vuelven un poco como si el animal nos hubiera prestado un par de pelitos caídos suyos y los pegáramos en una hoja y nos quedáramos mirándola diez horas: esto soy donde me escondo. Solo olvidándonos de la validación, de las exclamaciones ajenas o los juicios ajenos o todo lo ajeno que no sea un temblorcito, nos viene la literatura esa que nos deja chispeando al terminar de escribir. En Anagramas, una novela rarísima de Lorrie Moore que me encanta, la protagonista dice: «Y entonces, aterrorizada por la literatura, me voy a la cama». No es la validación, es eso.

Yo, como decía, también quiero llevarme esta idea a la vida, y en realidad tiene sentido porque una de las cosas que he aprendido escribiendo es que vivir también es crear cosas, también como en un texto vamos decidiendo significados y construyendo climas que nos llueven o nos solean esté el cielo como esté. He dejado de decirles a mis amigas, a mi hermana, a mi perro Tivoli, que estoy orgullosa de lo que hacen o de lo que son. Estoy intentando cambiar los términos. Hacerles llegar lo hermoso de lo que entendemos como validación, es decir: la demostración de que nos gusta esa persona (o ese perrito con sus patitas finitas pero fuertes), de que apreciamos su existencia y se nos llenan los pulmones de fuegos artificiales cuando nos detenemos a pensar en su manera de existir, en ese texto que va llenando de palabras (ladridos) poco a poco en cada decisión tan propia, tan personal (perronal). Pero sin botarles lo que me parece doloroso de la validación: necesitas gustarme para saber que estás bien, o peor: para yo saber que estás bien, necesito que me gustes.

Vivir, como decía, también es crear. Moldear y descubrir. Las personas podemos ser de maneras no vistas antes. Podemos ir asumiendo poco a poco el peso del animal acostado encima de nada y, al hacerlo, iremos naciendo un montón de veces, necesitando espacios propios y expresiones propias y el terror de hablar de verdad, ños, qué bien hablaste, frase que se suelta cuando alguien te revela una hebra del mundo que no conocías porque las hebras de los mundos de las demás solo las conocemos cuando las escuchamos sin pensar tanto en cómo nos late nuestro propio corazón. O cuando asumimos la taquicardia como provocada por la emoción de estar ante algo con lo que coexis- timos.

Yo quiero que mis amigas, mi hermana, mi perro Tivoli, tracen los caminos que les apetezcan, que no tengan miedo de perder mi orgullo, que puedan juzgarse a sí mismas sin necesitar que mi ojo lo haga por ellas, que puedan apoyarse en mi reconocimiento de lo que son y en mi amor a lo que son. Sincero y desde su marco, no desde el mío.

¿A ustedes no les ha detenido muchas veces el orgullo ajeno? ¿Ustedes no han tenido que deshacerse también dolorosamente del deber de hallar los asentimientos de las personas a las que más han querido, de las que, por supuesto, más les han querido a ustedes? Durante un tiempo larguísimo de la vida, el orgullo de las otras duele. Ser guapa, brillar en eso, ser ocurrente, escribir un buen libro, no ser una gandula. Yo siento que las personas más guapas, las que más brillan y son más ocurrentes, las que mejor disfrutan del placer de la gandulería, son las que hacen las cosas porque quieren.

Apoyadas y levantadas por el amor que no necesita validar.

Y los mejores libros, claro, son los más raros.

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