Bella, sensible y emotiva, es una película que se adentra en lo más íntimo del alma femenina con una precisión considerable que ya apreció con toda claridad el jurado del Festival de Cannes, que recompensó a su directora, Celine Sciamma, con el premio al mejor guion.

Artífice de una filmografía de cuatro títulos, entre los que destacan Tomboy y La banda de las chicas, Retrato de una mujer en llamas, llega muy lejos en su afán por sacar a la luz los verdaderos sentimientos de una magnífica pintora del siglo XVIII. Apasionada del arte y, sobre todo de la pintura, la descripción que la cinta hace de Marianne permite que la relación que se establece entre ella y Heloise, la mujer que ha contratado para que le pinte el cuadro matrimonial y que acaba de salir de un convento, adquiera su verdadero sentido. Es más, Heloise no admite posar, circunstancia que obliga a Marianne a pintarla en secreto y hacerse pasar como una dama de compañía.

Puestas así las cosas, el giro que experimentan las imágenes adquiere una consistencia y una coherencia notables. Aunque el ritmo que marca la directora desde el comienzo en ningún momento pone en riesgo la base sobre la que se apoya, es cierto que el espectador puede tardar en moverse con soltura en el marco dramático.

Algo que queda perfectamente compensado a partir del momento en que recoge los frutos de una interpretación espléndida de las tres mujeres que llenan la pantalla, Noemie Merlant, Adele Haenel y Luana Bairami. También hay que elogiar a la única actriz con cierto caché, la italiana Valeria Golino. Todas marcan unas pautas difíciles de mantener y lo que es más importante, imprimen a las imágenes un toque femenino impecable que se deja sentir por encima de todo en las secuencias en las que se impone la sexualidad. Como decíamos, una película bella, sensible y emotiva.