Si no le pide peras al olmo, si es consciente de antemano de que se trata de una película muy modesta y que lo máximo a lo que aspira, que no es poco en los tiempos que corren, es a hacer pasar los consabidos 90 minutos de evasión y, en definitiva, si no se impone desterrar la sonrisa al precio que sea puede que Mejor que nunca le resulte amena y hasta divertida. Por lo menos es una comedia que se impone reivindicar temas tan eternos pero efectivos como la amistad y las ganas de vivir.

Cuenta como aval destacado a una Diane Keaton que se ha erigido en defensora de las causas perdidas de la tercera edad, cometido para el que, desde luego, muy pocas personas están más preparadas que ella. Por otra parte, la directora, Zara Hayes, debuta aquí en el largometraje de ficción, lo que no deja de llamar la atención, tras una temporada dedicada al documental.

Lo curioso es que la cosa empieza como una broma o un comentario intrascendente y acaba convirtiéndose en un objetivo prioritario de un grupo de mujeres mayores hartas de ocupar en sus casas el rol de un trasto inútil. Y desde luego Martha no está dispuesta a soportar semejante agravio. Para ello reanuda sus contactos son su mejor amiga, Shery, tratando de encauzar su creatividad hacia un tema concreto. Finalmente, tras pasar por los consabidos bailes de salón y algo parecido, sienten que pueden volver a los tiempos en que eran animadoras del equipo de deportes del instituto, para lo cual piensan que están todavía capacitadas. Dicho y hecho, hasta el punto de que en apenas unas semanas reúnen a un equipo de lujo. Todo va sobre ruedas, con algunas de las viudas recientes disfrutando a tope de su nuevo estado y no echando de menos, desde luego, a sus difuntas parejas, pero aún superarán este objetivo cuando son invitadas a participar en un concurso en el que el baile y las canciones son los instrumentos que pueden llevarlas a la gloria. Además, sin pasar previamente por el cementerio. No hay nada más y ni falta que hace.